La
denuncia contra una organización criminal puede tener costos absolutos para los
analistas y costos morales y económicos para toda la sociedad.
El
crimen es una venganza brutal, pero antes de asesinar a sus enemigos públicos,
los narcotraficantes utilizan recursos del bajo mundo como la amenaza, la
extorsión y el soborno. Los mafiosos amenazan "con o sin" armas de
fuego, extorsionan dentro de convenciones "legales" de la sociedad y
sobornan entregando dinero o tierras entre testaferros dispuestos a lamer sus
manos. La censura es un mecanismo articulado a estas modalidades criminales,
pero tiene características propias.
La
censura se manifiesta imponiendo silencio. El analista debe callar acciones y
hechos ilegales: narcotráfico, paramilitarismo, juegos de azar, fraude
electoral, lavado de activos (en sectores claves como bolsas de valores,
inmobiliarias, concesionarias, etcétera); la censura usada por el mafioso opera
sobornando a funcionarios del local: autoridades, fuerza pública, políticos,
notarios y registradores. Con dinero efectivo o mediante su vinculación a la
cadena del narcotráfico, alcaldes, concejales, comandantes y otros; cada uno va
cerrando su boca frente al señor que domina la región y/o la ciudad.
Sin
embargo, mientras la amenaza contiene expresiones agresivas de comunicación, la
censura opera amablemente. Narcos y paramilitares lograron después de los años
ochenta explorar ventajas considerables manipulando los medios de opinión,
sobre todo en municipios y ciudades pequeñas e intermedias. Bien pagando pautas
publicitarias del medio a través de empresas fachadas o usando la
intermediación de alcaldes, notarios y organismos del Estado. ¡Pagamos para que
nos dejen trabajar! Muchas emisoras locales, propietarios emergentes de
periódicos y locutores apostaron manteniendo estas alianzas hasta el presente.
La
censura utiliza el soborno. Los mafiosos consiguen el silencio cómplice del
periodismo, ninguno se atreve a denunciar los lavados de activos en tierras, el
fraude electoral o grandes inversiones en cadenas de la economía local:
pescados, avicultura, porcicultura. Las plazas de mercado están plagadas de
negocios del narcomenudeo y préstamos cuentagotas. Muchos comerciantes honrados
venden barato o escapan desplazados hacia otras ciudades. Nadie denuncia. Con
excepción de medios independientes cuando logran desentrañar a estos
personajes, como es el caso del periódico El Espectador, Semana o Noticias
UNO.
Del
mismo modo que el narcotráfico logró establecer una clase política que
representara sus intereses, los paramilitares condicionaron los medios de opinión
para que ocultaran las masacres y el rostro siniestro de sus autores
principales. O bien los medios de mayor influencia los entrevistaron como
héroes de la patria: Carlos Castaño, Mancuso y otros. Ahora algunos medios en
municipios y ciudades pequeñas renuevan sus coaliciones con estas
organizaciones al servicio del crimen dentro de una cadena de favores mutuos.
La censura de analistas independientes en pequeños municipios es escandalosa,
tanto que las mafias usan las alcaldías para pagar con nominas paralelas a los
periodistas.
Cuando
la organización criminal es denunciada estructuralmente, es decir, cuando se
descubren sus agentes principales, la censura adquiere poderes de alcance
siniestro. Entonces los mafiosos sobornan directamente a periodistas ampliamente
reconocidos, o bien a políticos que por su pasado sostuvieron negocios ilegales
con el narcotráfico. Dentro de los medios estos gamberros denuncian a sus
propios colegas, otros analistas. Cumplen para las organizaciones criminales el
mismo oficio de Judas. El oráculo de la región se encarga del trabajo sucio de
enlodar, calumniar e infamar con nombre propio.
La
finalidad de la censura es exponer públicamente al enemigo (analista, opositor
o crítico); desde las novelas de Arthur Koetsler, Aleksandr Solzhenitsyn, los
enemigos de la organización (Estado o mafia) deben ser ofendidos en público. Un
ejército de periodistas de oficio o asistentes busca y rebusca en el pasado del
analista. Se trata de conseguir cualquier información que contribuya a esparcir
el rumor calumnioso. Y las mentiras a medias se añaden a otras mentiras dentro
de una persecución que utiliza medios del mundo del hampa. En La broma,
esa extraordinaria novela del escritor checoslovaco Milan Kundera, las
calumnias adquieren tanta fuerza que se hacen realidad. El analista, escritor o
crítico es mostrado como enemigo del pueblo, del régimen, del sistema y de la
misma humanidad.
La
otra cara de la censura es la autocensura. En Palmira, por ejemplo, los pocos
analistas o periodistas honrados deben mirar hacia otra parte. O bajar de tal
manera sus perfiles que terminan describiendo los salones de cine en planetas
como Marte o Neptuno. La autocensura les hace tragar sus lenguas por físico
miedo. En casos más vergonzosos, la autocensura lleva a los locutores a
aplaudir inversiones y contratos de mafiosos reconocidos en la ciudad. El
efecto acumulado de todo esto se traduce en un lamentable estado de silencio
generalizado. Los mejores hombres muerden sus lenguas. Estos locutores se
quedan callados cuando saben quienes son los personajes que manejan préstamos
cuentagotas en las plazas de mercado, los casinos y moteles de mala muerte.
Prefieren callar para salvar sus vidas.
La
censura y la autocensura son medios usados por las organizaciones criminales.
Con estos medios compran el silencio de quienes tienen diariamente notable
influencia en la sociedad; pero, al hacerlo, condenan a la misma sociedad al
señorío del narcotráfico y los tentáculos renovados de quienes son los
verdaderos enemigos de toda la sociedad.
Fernando Estrada
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